jueves, 5 de marzo de 2009

The wrestler

Cuando tenía 5 años mis padres me apuntaron a taekwondo. El resto de niños pasaban por diferentes modalidades a lo largo de su infancia: baloncesto, natación, kárate. Yo no. Me apuntaron a taekwondo y aquello era para toda la vida. Con 8 o 9 años quise dejarlo pero mi madre me lo impidió: "¿Después de 4 años lo vas a dejar? No te lo crees ni tú". Joder, quería dejarlo, no irme de casa. El mensaje era: "ahhh, no quieres taekwondo, no haberte apuntado" "mamá, tenía 5 años, no sabía ni pronunciar el nombre de esta mierda" A esto mi padre podría haber dicho: "mientras estés en mi casa se hace lo que yo digo, cuando te vayas haces lo que quieras"
Con 13 o 14 años yo era cinturrón marrón (el penúltimo escalón antes del cinturón negro). Hacía el espagat (?, abrirse de piernas en el suelo), podía dar mil patadas en una hora (las contaban) y rompía tablas en las exhibiciones que hacíamos de vez en cuando en pueblos. Vamos, todo muy útil y muy práctico para la vida normal.
El momento clave de mi carrera en el mundo de las artes marciales llegó en los campeonatos de Andalucía Oriental. Primero participé en punset, que es técnica. Hice todos los movimientos con fuerza y puse caras rollo Bruce Lee. Gané una medalla de plata o de bronce, no me acuerdo. (En unas colonias también gané una de plata en natación. En braza nos apuntamos 3 al campeonato y el tercero casi se ahoga. M´´as que braza, era brazaperro)
Luego llegó el momento karate kid. Éramos impares y por sorteo pasé a la siguiente fase. Como soy un flipado pensé: "¡Qué guay! así llego más fresco a la final" En octavos me tocó un chaval de Málaga. Era delgado y más alto que yo. (Todos lo eran). Me pusieron el peto protector (que me salvó la vida) , y el entrenador me dio muchos consejos que con los nervios ni escuché. Empezó el combate, unos segundos de tanteo y zascaaaaa. Primer hostión que me llevé. Reaccioné justo como no lo hace un campeón e inmediatamente miré a mis padres, cosa que aprovechó el otro para volverme a dar otro megahostión. Estaba más pendiente de la cara de sufrimiento de mi madre que de la paliza que me estaba dando el malagueño. La cosa estaba torcida y el chaval levantó la pierna y su talón cayó a plomo sobre mi cara. Me destrozó el labio y lo tuve medio caído durante unos meses.
En el intermedio mi entrenador no sabía qué decirme. Tenía claro, que hicera lo que hiciera me iban seguir dando hasta en el cielo de la boca. Me animó un poco y ya. Sólo le faltó decirme que echara a correr o que a la siguiente patada me hiciera el muerto. Resistí como pude el segundo asalto. Pero como ni soy Rocky, ni tengo su espíritu, pues nada, palizón que me llevé. Ahí terminó mi relación con el deporte de élite. Cómo sería la ensalada que me dieron que esa misma noche mi madre cogió por banda al koreano que me daba clases y le dijo que me llevara a partir todas las tablas del mundo, pero ni un combate más.
Poco después dejé el taekwondo. Si hubiera seguido ahora llevaría más de 25 años practicándolo, sería cinturón negro, quizás seguiría haciendo el espagat, rompería tablas saltando sobre 10 tíos agachados, pero, me seguirían zumbando en los combates. El que no tiene sangre no tiene sangre. Pero si los combates fueran de insultos...

8 comentarios:

Habitante dijo...

Ay Chuikov, esta ha sido la historia que más risa me ha dado. Me gusta mucho tu blog. Me acuerdo de ese momento. Es uno de los pocos momentos que tengo grabados de cuando era tan niño.
Te juro que no me había reído tanto con una historia verdadera tuya como con esta. Un 10 Chuikov, sigue así.
Abrazos

Tessi dijo...

Arggg, yo también viví el trauma del taekwondo. Todos hacían karate o judo, y yo no, yo tenía que hacer taekwondo...con lo feliz que hubiera sido jugando a futbol!

Todavía recuerdo (y no precisamente con cariño)las horas que pasábamos entrenando para poder abrirnos de piernas (:S), era lo peor... Y que contar de las exibiciones en los pueblos los domingos por las mañanas. Nos ... en fin.

Mica dijo...

Qué bueno, lo que me he reído, ya puedes perdonarme, soy consciente de que no está bien reírse de las desgracias ajenas.Cada día me gusta más tu blog. Un saludo.

Música dijo...

lo mío fué las clases de sevillanas y siempre quise que me apuntaran a artes marciales...tras leer tu historia estoy contenta pq así fuera...con las goteras que tengo en el cuerpo si hubiera estado en artes marciales...madre mía!

Pecosa dijo...

Ayyyyyy, qué lástimaaaa... Yo no podría apuntar a mi hijo o hija a un deporte así, sufriría demasiado. Qué penica, pobre...

Habitante dijo...

Recuerdo cuando yo también me apunté...y recuerdo lo gracioso del profe koreano cuando una vez nos puso a pelear a ti y a mi. En ese momento recordé lo que me hacías rabiar y se me olvidaron las pocas llaves que había aprendido...Intentaba darte con todo, jajajaja...Qué tiempos, Chuikov...

Pi dijo...

25 años??? 25 años partiendo tablas! madre mía.
Déjame reirme imaginándome el puchero mientras mirabas a tu compungida mamá en la grada, jajajajja.

Unknown dijo...

Jajajajajajaj. Pues menos mal que a tus padres no se les dio por apuntarte a clases de toreo.